martes, 19 de febrero de 2013

Marie Curie, una nueva luz


Cuentan que a Marie Curie le encantaba observar por las noches  el resplandor que se formaba en el cobertizo donde trabajaban aislando radio. Ella y su marido Pierre habían descubierto dos elementos nuevos y empezaban a profundizar en la naturaleza de la radioactividad. ¿Cómo fue su historia?

Marie y Pierre Curie


No quiero convertir este post en una enumeración de datos biográficos (cualquiera interesado en profundizar en el detalle puede leer por ejemplo Curie, de Sarah Dry y Sabine Seifert, que es el libro que me han prestado y que recomiendo), pero me gustaría destacar algunos rasgos de los dos protagonistas y cómo con su incansable trabajo en el laboratorio revolucionaron las ciencias, a Francia y el mundo entero.

Manya (en el centro) con sus hermanos

Los más despistados quizás desconozcan que Marie Curie no era francesa sino que había nacido en una Polonia descompuesta, concretamente en Varsovia, ciudad que entonces se hallaba bajo dominio ruso. De soltera respondía al nombre de Manya Sklodowska y desde bien temprano tuvo claro que el estudio y el trabajo serían la manera en que ella ayudaría a su querida y maltratada nación. Sin embargo, las mujeres no podían ir a la universidad en Polonia y la tierra de las oportunidades en aquel momento se llamaba París. Por eso, durante cuatro años trabajó como institutriz para ayudar a financiar los estudios de  medicina de su hermana Bronia en la capital francesa.  Tras la larga espera, cuando su hermana podía ya ayudarla a ella, Manya también se trasladó a  París, donde se licenció en física y  matemáticas. En casa de un amigo conoció a Pierre, también físico y la atracción entre los dos fue inmediata. Así como Marie había buscado y disfrutado la libertad que había ganado en París, Pierre había vivido con sus padres hasta que se casara con Marie, un año después de conocerla. Era un joven idealista, 8 años mayor que Marie y totalmente impermeable a las convenciones sociales: de niño había sido educado en casa y su propósito era dedicar su vida al trabajo científico.  La luna de miel fue un viaje en bicicleta por Île-de-France.

Con sus queridas bicicletas...
 Empujado por Marie, Pierre presentó su doctorado en magnetismo y fue designado profesor de la EPCI (Escuela de Física y Química Industriales de la ciudad de París). Mientras tanto, Marie quería investigar pero primero se aseguró un sueldo como profesora en una escuela femenina. Dos años después de casarse nacería la primera hija del matrimonio, Irène, y Marie iniciaría su doctorado.

Marie con sus hijas Irène y Ève
 Los rayos X, descubiertos por Röntgen, causaron un fuerte impacto científico y social y muchos investigadores dedicaron sus energías a estudiar estos y otros rayos. Uno de ellos era Henri Becquerel, que estaba buscando sustancias que emitieran rayos X u otras radiaciones al ser estimuladas por la radiación solar. Cuál fue su sorpresa cuando descubrió que las sales de uranio emitían una radiación capaz de atravesar el metal y dejar grabada su impronta en una placa fotográfica sin necesidad de iluminarlas. Él mismo apuntó que estas radiaciones electrificaban el aire, pero sus resultados no causaron gran impresión. Sin embargo a Marie le parecieron interesantes y se propuso analizar distintos materiales y comprobar si electrificaban más o menos el aire utilizando un instrumento, el electrómetro piezoeléctrico, que habían construido años antes Pierre y su hermano. Obtuvo sus primeros resultados positivos con el torio. Analizó entonces la pecblenda, un mineral que contiene uranio y otras sustancias y comprobó que las propiedades electrificantes de este mineral eran muy superiores a las del uranio, todo indicaba que debía haber otras sustancias y  en este punto se unió Pierre al proyecto. Determinaron que se trataba de un nuevo elemento, al que llamaron Polonio. Tras cinco meses de vacaciones descubrieron otro elemento aún más potente al que llamaron radio. No sólo habían añadido dos elementos nuevos a la lista sino que además determinaron que lo que denominaron “radioactividad”  era una propiedad atómica,  que no dependía de la forma química que adoptase el elemento o de las condiciones ambientales: parecía que los átomos no eran las esferas inmutables de Newton sino que tenían una cierta inestabilidad, cambiando por completo la visión que se tenía del átomo en aquel entonces.

Fragmento de uno de los cuadernos de Marie


Pero no todo el trabajo estaba hecho. Para probar de manera determinante la existencia de los dos nuevos elementos tenían que aislarlos y se pusieron manos a la obra en un viejo cobertizo que les prestó la escuela donde trabajaba Pierre. Se inician entonces 3 años de trabajo incansable, procesando toneladas de pecblenda, removiendo ollas, acumulando probetas y separando poco a poco el luminoso radio, que inundaba el destartalado laboratorio de luz contagiosa y trasladaba su fosforescencia a otros materiales, incluso a los cuadernos de laboratorio que hoy en día se conservan en la Biblioteca Nacional de Francia y siguen siendo altamente radiactivos.  Más allá de las quemaduras que a veces sufrían, los Curie nunca se preocuparon en exceso por los efectos nocivos que pudiera tener la radiación, a pesar de que las cicatrices duraban meses, sufrían mucho cansancio, temblores y dolor de huesos. El estoicismo y el romance de la pareja encandilaron a la prensa y se hicieron famosos, situación que incomodaba bastante a los Curie. A pesar que se preveía que las aplicaciones del radio iban a ser numerosas, por ejemplo en medicina, la pareja no quiso patentar el proceso de aislamiento del radio y seguían viviendo modestamente, trabajando en el ruinoso galpón. En 1903 el Nobel de física, que se les concedió a ambos junto a Henri Becquerel por sus estudios sobre la radioactividad, aliviaría la situación económica de la pareja y les daría fama mundial. Sería el primer Nobel concedido a una mujer.

Marie en su laboratorio

Gracias a sus descubrimientos Pierre fue admitido en la Academia de Ciencias francesa y a finales de 1904 se le nombró profesor en la Sorbona. A la también laureada Marie, que además había iniciado el proyecto clave, se la nombró sin embargo su ayudante. A finales de 1904 nació Ève, la segunda hija del matrimonio.
Tanta felicidad tenía sin embargo fecha de caducidad, y es que el 19 de abril de 1906 Pierre moría atropellado por un coche de caballos en la rue Dauphine, sumiendo a Marie en una profunda tristeza.  A pesar de todo, nuestra protagonista siguió adelante, siendo nombrada profesora de la Sorbona poco después de enviudar. 

Una foto del congreso Solvay: Einstein, Curie, Perrin, Poincaré, Planck, Rutherford, Langevin y otras grandes mentes.

Continuó trabajando duramente y solicitó un sillón en la Academia de Ciencias francesa, algo que no agradaba a la prensa conservadora y  que finalmente no le fue concedido. En el plano sentimental Marie había iniciado una relación furtiva con Paul Langevin, otro profesor que estaba casado. Tras el primer congreso Solvay en 1911, donde se habían reunido los grandes físicos de la época para hablar de la radiación y los cuantos, el affaire se filtró a la prensa y a punto estuvo de costarle a Marie el segundo premio Nobel, ésta vez en química, por sus descubrimientos del radio y el polonio.  Se inició una nueva campaña de desprestigio, que cuestionaba los méritos de Marie para este segundo premio y además Curie pasó a ser considerada de nuevo extranjera y nada menos que  enemiga de las madres francesas. A Paul Langevin le costaría un duelo y el divorcio.

Paul Langevin y sus bigotes
Marie cayó enferma y fue cuidada por sus amigos, sólo retomó su trabajo un año después. Se había iniciado la construcción del Instituto del Radio. La Primera Guerra Mundial pondría todo patas arriba pero Marie no se iba a quedar de brazos cruzados. Tras poner a salvo ella misma el radio aislado hasta el momento y haciendo gala de una increíble valentía, Marie montó una flota de ambulancias equipadas con equipos de rayos X para asistir a los soldados heridos en el frente. Ella misma se desplazaba allí donde se requería su trabajo. Además formó muchos técnicos de rayos y su propia hija, Irène, participó en este servicio, viviendo el conflicto en primera persona.

Irène con su madre

En los últimos años de la vida de Marie cobra importancia la figura de Marie Meloney, una periodista norteamericana que popularizó la figura de la gran científica en Estados Unidos, restaurando su imagen. Además con los fondos recaudados por todo el país se consiguió dinero suficiente para comprar dos gramos de radio y otros materiales para investigación. Otro motivo de alegría para Marie serían las investigaciones de su hija Irène y su yerno, Fréderic Joliot-Curie. No viviría sin embargo para ver que se les había concedido el Premio Nobel de química en 1935, pues murió de leucemia un año antes dejando eso sí, un mundo un poco más iluminado.

Dedicado a Patricia, mi mejor amiga y dueña del libro. Ella lo leyó primero con entusiasmo radioactivo.
Para saber más...
http://www.nobelprize.org/nobel_prizes/physics/articles/curie/ 
Curie - Sarah Dry y Sabine Seifert

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Marie Curie, una nueva luz


Cuentan que a Marie Curie le encantaba observar por las noches  el resplandor que se formaba en el cobertizo donde trabajaban aislando radio. Ella y su marido Pierre habían descubierto dos elementos nuevos y empezaban a profundizar en la naturaleza de la radioactividad. ¿Cómo fue su historia?

Marie y Pierre Curie


No quiero convertir este post en una enumeración de datos biográficos (cualquiera interesado en profundizar en el detalle puede leer por ejemplo Curie, de Sarah Dry y Sabine Seifert, que es el libro que me han prestado y que recomiendo), pero me gustaría destacar algunos rasgos de los dos protagonistas y cómo con su incansable trabajo en el laboratorio revolucionaron las ciencias, a Francia y el mundo entero.

Manya (en el centro) con sus hermanos

Los más despistados quizás desconozcan que Marie Curie no era francesa sino que había nacido en una Polonia descompuesta, concretamente en Varsovia, ciudad que entonces se hallaba bajo dominio ruso. De soltera respondía al nombre de Manya Sklodowska y desde bien temprano tuvo claro que el estudio y el trabajo serían la manera en que ella ayudaría a su querida y maltratada nación. Sin embargo, las mujeres no podían ir a la universidad en Polonia y la tierra de las oportunidades en aquel momento se llamaba París. Por eso, durante cuatro años trabajó como institutriz para ayudar a financiar los estudios de  medicina de su hermana Bronia en la capital francesa.  Tras la larga espera, cuando su hermana podía ya ayudarla a ella, Manya también se trasladó a  París, donde se licenció en física y  matemáticas. En casa de un amigo conoció a Pierre, también físico y la atracción entre los dos fue inmediata. Así como Marie había buscado y disfrutado la libertad que había ganado en París, Pierre había vivido con sus padres hasta que se casara con Marie, un año después de conocerla. Era un joven idealista, 8 años mayor que Marie y totalmente impermeable a las convenciones sociales: de niño había sido educado en casa y su propósito era dedicar su vida al trabajo científico.  La luna de miel fue un viaje en bicicleta por Île-de-France.

Con sus queridas bicicletas...
 Empujado por Marie, Pierre presentó su doctorado en magnetismo y fue designado profesor de la EPCI (Escuela de Física y Química Industriales de la ciudad de París). Mientras tanto, Marie quería investigar pero primero se aseguró un sueldo como profesora en una escuela femenina. Dos años después de casarse nacería la primera hija del matrimonio, Irène, y Marie iniciaría su doctorado.

Marie con sus hijas Irène y Ève
 Los rayos X, descubiertos por Röntgen, causaron un fuerte impacto científico y social y muchos investigadores dedicaron sus energías a estudiar estos y otros rayos. Uno de ellos era Henri Becquerel, que estaba buscando sustancias que emitieran rayos X u otras radiaciones al ser estimuladas por la radiación solar. Cuál fue su sorpresa cuando descubrió que las sales de uranio emitían una radiación capaz de atravesar el metal y dejar grabada su impronta en una placa fotográfica sin necesidad de iluminarlas. Él mismo apuntó que estas radiaciones electrificaban el aire, pero sus resultados no causaron gran impresión. Sin embargo a Marie le parecieron interesantes y se propuso analizar distintos materiales y comprobar si electrificaban más o menos el aire utilizando un instrumento, el electrómetro piezoeléctrico, que habían construido años antes Pierre y su hermano. Obtuvo sus primeros resultados positivos con el torio. Analizó entonces la pecblenda, un mineral que contiene uranio y otras sustancias y comprobó que las propiedades electrificantes de este mineral eran muy superiores a las del uranio, todo indicaba que debía haber otras sustancias y  en este punto se unió Pierre al proyecto. Determinaron que se trataba de un nuevo elemento, al que llamaron Polonio. Tras cinco meses de vacaciones descubrieron otro elemento aún más potente al que llamaron radio. No sólo habían añadido dos elementos nuevos a la lista sino que además determinaron que lo que denominaron “radioactividad”  era una propiedad atómica,  que no dependía de la forma química que adoptase el elemento o de las condiciones ambientales: parecía que los átomos no eran las esferas inmutables de Newton sino que tenían una cierta inestabilidad, cambiando por completo la visión que se tenía del átomo en aquel entonces.

Fragmento de uno de los cuadernos de Marie


Pero no todo el trabajo estaba hecho. Para probar de manera determinante la existencia de los dos nuevos elementos tenían que aislarlos y se pusieron manos a la obra en un viejo cobertizo que les prestó la escuela donde trabajaba Pierre. Se inician entonces 3 años de trabajo incansable, procesando toneladas de pecblenda, removiendo ollas, acumulando probetas y separando poco a poco el luminoso radio, que inundaba el destartalado laboratorio de luz contagiosa y trasladaba su fosforescencia a otros materiales, incluso a los cuadernos de laboratorio que hoy en día se conservan en la Biblioteca Nacional de Francia y siguen siendo altamente radiactivos.  Más allá de las quemaduras que a veces sufrían, los Curie nunca se preocuparon en exceso por los efectos nocivos que pudiera tener la radiación, a pesar de que las cicatrices duraban meses, sufrían mucho cansancio, temblores y dolor de huesos. El estoicismo y el romance de la pareja encandilaron a la prensa y se hicieron famosos, situación que incomodaba bastante a los Curie. A pesar que se preveía que las aplicaciones del radio iban a ser numerosas, por ejemplo en medicina, la pareja no quiso patentar el proceso de aislamiento del radio y seguían viviendo modestamente, trabajando en el ruinoso galpón. En 1903 el Nobel de física, que se les concedió a ambos junto a Henri Becquerel por sus estudios sobre la radioactividad, aliviaría la situación económica de la pareja y les daría fama mundial. Sería el primer Nobel concedido a una mujer.

Marie en su laboratorio

Gracias a sus descubrimientos Pierre fue admitido en la Academia de Ciencias francesa y a finales de 1904 se le nombró profesor en la Sorbona. A la también laureada Marie, que además había iniciado el proyecto clave, se la nombró sin embargo su ayudante. A finales de 1904 nació Ève, la segunda hija del matrimonio.
Tanta felicidad tenía sin embargo fecha de caducidad, y es que el 19 de abril de 1906 Pierre moría atropellado por un coche de caballos en la rue Dauphine, sumiendo a Marie en una profunda tristeza.  A pesar de todo, nuestra protagonista siguió adelante, siendo nombrada profesora de la Sorbona poco después de enviudar. 

Una foto del congreso Solvay: Einstein, Curie, Perrin, Poincaré, Planck, Rutherford, Langevin y otras grandes mentes.

Continuó trabajando duramente y solicitó un sillón en la Academia de Ciencias francesa, algo que no agradaba a la prensa conservadora y  que finalmente no le fue concedido. En el plano sentimental Marie había iniciado una relación furtiva con Paul Langevin, otro profesor que estaba casado. Tras el primer congreso Solvay en 1911, donde se habían reunido los grandes físicos de la época para hablar de la radiación y los cuantos, el affaire se filtró a la prensa y a punto estuvo de costarle a Marie el segundo premio Nobel, ésta vez en química, por sus descubrimientos del radio y el polonio.  Se inició una nueva campaña de desprestigio, que cuestionaba los méritos de Marie para este segundo premio y además Curie pasó a ser considerada de nuevo extranjera y nada menos que  enemiga de las madres francesas. A Paul Langevin le costaría un duelo y el divorcio.

Paul Langevin y sus bigotes
Marie cayó enferma y fue cuidada por sus amigos, sólo retomó su trabajo un año después. Se había iniciado la construcción del Instituto del Radio. La Primera Guerra Mundial pondría todo patas arriba pero Marie no se iba a quedar de brazos cruzados. Tras poner a salvo ella misma el radio aislado hasta el momento y haciendo gala de una increíble valentía, Marie montó una flota de ambulancias equipadas con equipos de rayos X para asistir a los soldados heridos en el frente. Ella misma se desplazaba allí donde se requería su trabajo. Además formó muchos técnicos de rayos y su propia hija, Irène, participó en este servicio, viviendo el conflicto en primera persona.

Irène con su madre

En los últimos años de la vida de Marie cobra importancia la figura de Marie Meloney, una periodista norteamericana que popularizó la figura de la gran científica en Estados Unidos, restaurando su imagen. Además con los fondos recaudados por todo el país se consiguió dinero suficiente para comprar dos gramos de radio y otros materiales para investigación. Otro motivo de alegría para Marie serían las investigaciones de su hija Irène y su yerno, Fréderic Joliot-Curie. No viviría sin embargo para ver que se les había concedido el Premio Nobel de química en 1935, pues murió de leucemia un año antes dejando eso sí, un mundo un poco más iluminado.

Dedicado a Patricia, mi mejor amiga y dueña del libro. Ella lo leyó primero con entusiasmo radioactivo.
Para saber más...
http://www.nobelprize.org/nobel_prizes/physics/articles/curie/ 
Curie - Sarah Dry y Sabine Seifert

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