Los avances científicos mezclados
con una buena dosis de imaginación han sido ingredientes comunes en grandes
historias del séptimo arte. Los clones son
sin duda el recurso favorito de muchos directores. Los han utilizado
para recuperar especies extintas, como repuestos infinitos de órganos para
lograr la inmortalidad de los ricos, como trabajadores en misiones
desagradables para los seres humanos estándar o simplemente como un medio para
mejorar la raza humana a gusto del consumidor (eugenesia).
Como la ciencia puede utilizarse
para el bien y para el mal, en 1978 la película Los niños del Brasil narraba el maléfico (y afortunadamente
ficticio) plan del Dr. Mengele para clonar a Hitler y restaurar el régimen nazi.
Cuatro años después, Blade Runner
plantea un 2019 decadente donde una empresa (Tyrell Corporation) crea mediante
ingeniería genética seres muy similares a los humanos, con mejores cualidades
físicas pero emocionalmente torpes y sin capacidad de empatía: los replicantes.
Se utilizan como esclavos en el espacio pero son ilegales en la Tierra después
de que un grupo se rebelase en Marte contra los humanos de forma sangrienta.
Ahora 6 replicantes están en Los Ángeles y los blade runner son el cuerpo de
policía encargado de eliminarlos o en su terminología, de “retirarlos”.
¿Qué es
lo que nos hace humanos? En el caso de
Blade Runner sólo son tratados como personas los seres humanos naturales, los
no modificados. En GATTACA (1997) sin
embargo el planteamiento es inverso: los niños que se engendran al modo
tradicional son considerados no válidos, mientras que aquellos que provienen de
embriones seleccionados genéticamente y mejorados son los destinados a la élite
social. ¿Es nuestro código genético determinista? Vincent Freeman, un hijo de la fe, un no
válido, está convencido de que no, de que puede luchar contra sus limitaciones
genéticas y engañar al sistema para dejar atrás el estigma que le impide
cumplir su sueño: viajar al espacio.
En el espacio se desarrolla
también Moon (2009), donde Sam Bell
está a pocas semanas de regresar a casa tras una misión de 3 años en la cara oculta de la Luna, con la única compañía
de un robot y las videollamadas de su
mujer. Su rutina se ve interrumpida al final de la misión cuando un día
cualquiera sale del perímetro de trabajo y se encuentra con otro ser humano que
además se parece mucho a él. Mientras
que Sam sueña con volver a la Tierra, los protagonistas de La Isla (2005) viven en un recinto controlado protegidos de un
desastre ecológico mundial y anhelan ir a la isla, el único lugar del
mundo que escapó a la catástrofe y la
vía para acabar con la restricción de libertades a las que son sometidos. Sin
embargo parece que un gran secreto se oculta tras el idílico paraíso.
Aunque ha llovido ya mucho desde
el 93, mi película favorita del género es sin duda Parque Jurásico. Spielberg nos hizo vivir por unos minutos en un mundo donde los dinosaurios hacían temblar la tierra de nuevo. ¿Cómo devuelven la vida a criaturas que se extinguieron hace 65 millones de años?
El
procedimiento parece sencillo: algunos de los mosquitos que en su día picaron a
los dinosaurios quedaron atrapados en ámbar, preservando en su interior la
sangre del monstruito. Los científicos de Jurassic Park extraen la sangre y de
ella el ADN del dinosaurio, que amplifican y ordenan. Los fragmentos que no se
han preservado bien los rellenan con ADN de rana. Mezclamos, toque mágico y
metemos todo en un huevo de avestruz del que semanas después nacerá nuestro
pequeño dinosaurio, todos hembras eso sí, para que no puedan reproducirse por
sí mismas y tengamos controlada a la población del parque.
Parece una tarea sencilla pero ¿es factible? Hoy
en día casi 20 años después sigue siendo un proyecto inviable. Dejando a un lado la dificultad de encontrar
mosquitos fosilizados con sangre de dinosaurio en su interior, cualquier muestra biológica con
65 millones de años no estará intacta, sino que tendrá el ADN más o menos
degradado. Además estará contaminado con ADN de otras especies como bacterias u
hongos. No se conoce la secuencia del
genoma de los dinosaurios, así que ordenar los fragmentos correctamente supone
un gran desafío: se necesitarían múltiples muestras de distintos animales para
disminuir los errores en la secuencia y que el genoma sea viable (si tiene
muchas mutaciones el organismo no sobrevivirá). Si quedasen huecos en el puzzle
genómico habría que buscar un pariente cercano vivo (quizás más bien pájaros que
ranas) y comparar sus genes para tratar de encontrar la secuencia que falta:
todo un reto. Por otro lado, en el ADN
hay secuencias repetitivas muy difíciles de ordenar, si bien es cierto que la
biología sintética ha conseguido producir centrómeros y telómeros artificiales
perfectamente funcionales. Conseguir la secuencia perfecta no bastaría: habría
que organizar los distintos fragmentos en cromosomas y no se conoce el número de
cromosomas de cada dinosaurio. Si se
superasen todos estos obstáculos habría que sintetizar los cromosomas en el
laboratorio. Hasta ahora el genoma más grande que se ha sintetizado
químicamente es el de la bacteria Mycoplasma mycoides y el de cualquier dinosaurio
sería sin duda mucho más grande. Cuanto más grande es la secuencia a sintetizar
químicamente más difícil es mantenerla estable porque tiende a romperse y a
perder trocitos. Si aún a pesar de todas las dificultades se consiguiesen
cromosomas de dinosaurio, habría que introducirlos en un núcleo celular,
preferentemente en el óvulo de alguna especie cercana que permitiese el correcto
desarrollo del embrión. Así, parece que devolver a la vida a los dinosaurios es
hoy por hoy ciencia ficción. Retos similares deben ser superados para resucitar a los mamuts, aunque en este caso los restos biológicos están mejor conservados
y se dispone de un pariente cercano vivo, el elefante indio. Lo que sí es realidad es la regeneración de plantas que vivieron hace 30000 años a partir de semillas conservadas en el permafrost: la
plasticidad de las plantas allana mucho el terreno.
Volviendo al séptimo arte, no
quiero cerrar este post sin mencionar La Piel Que Habito, donde el ilustre
Antonio Banderas interpreta al Doctor Robert Ledgard, que trata de crear
clandestinamente en su laboratorio una piel más resistente a base de transferir
genes de cerdo a células humanas. Parece estar consiguiéndolo pero ¿quién será
su cobaya?
La ciencia y el cine hacen buena
pareja y hay sin duda muchos más
ejemplos... ¿cuáles más se os ocurren?
Sigue el blog en Twitter: @XCienciaInfusa
Interesante artículo.
ResponderEliminarSaludos
David
¡Muchas gracias!
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